Tres lecciones de un trienio

Del tiempo que he dedicado a hacer esta página he sacado varias lecciones. Aquí comparto algunas de ellas.

Preludio: la importancia del bricolaje

Me ha pasado con frecuencia que, partiendo de un entusiasmo por trabajar en un proyecto que ha captado mi atención, acabo por bloquearme sin ser capaz de empezar a dedicarme a ello. La idea inicial apareció en mi mente por casualidad, mientras estaba entretenido haciendo otra cosa. Sin embargo, me acabo apegando tanto a mis elucubraciones tras ese momento inicial de «inspiración», que el primer paso me parece cada vez más difícil de dar. ¿Cómo iba a traicionar a mi ego manchándome las manos para intentar acercarme en vano a mis delirios de grandeza? ¿Cómo aliviar este malestar?

Un buen diagnóstico precede a un buen tratamiento; una buena autopsia precede a un buen diagnóstico. Las autopsias que he realizado apuntan claramente a que el cese de actividad se debió a la parálisis por análisis. Quizás entonces sea sensato pensar en un posible diagnóstico: exceso de especulación. Una idea para el tratamiento parece estar emergiendo con mucho más esfuerzo, y se va consolidando en una forma sorprendente y efectiva.

La clave parece estar en un cambio de metodología. El método de trabajo habitual era el de la investigación dirigida, en la cual todo está planeado a priori de la forma más deductiva posible, orientando todo el trabajo a un fin determinado mediante la abstracción de la razón. Parece que operar de ese modo aporta eficiencia y seguridad frente a la incertidumbre.

No obstante, últimamente estoy disfrutando enormemente de los beneficios del método del bricolaje1. Me refiero al acto que no se preocupa por la potencia, al paso de la lógica a la phronesis, de lo explícito a lo tácito y heurístico, del mundo de lo grande al mundo de lo pequeño. Parece que estoy glorificando el abandono de lo teórico en pro de lo práctico, pero no creo que el bricolaje requiera renunciar a la filosofía o a las matemáticas. De hecho, en todo caso parece revitalizarlas. Puede ser que no esté sino volviendo de forma cutre al dictum kantiano: «los conceptos sin intuiciones son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas».


Catapulta

En cualquier caso, me parece que el método del bricolaje sube las cotas de eficiencia y resiliencia que había establecido la investigación dirigida. Las planificaciones de la investigación dirigida tratan de prever el futuro y anticiparse al mismo. Identifican con acierto nuestra fragilidad ante el peligro, así que optan por conseguir firmeza y robustez. Sin embargo, lo contrario de lo frágil no es lo duro, como tampoco lo son ni lo robusto ni lo firme. En el momento en el que la ejecución de un plan no se ajusta a lo establecido por cualquier motivo, su falta de flexibilidad suele hacer que falle (de ahí la necesidad de planes b, c, d...).

Por contra, el bricolaje admite como mucho una estrategia general, ir trasteando conforme a unas directrices orientativas. Esta actitud de apertura frente a la incertidumbre es lo que facilita que el bricolaje acabe por brillar en los momentos en los que los planes de la investigación dirigida colapsan. Actuar con el jugueteo estocástico que requiere el bricolaje lleva consigo la posibilidad de beneficiarse de la aleatoriedad de las contingencias. Las estrategias del bricolaje representan lo contrario a la fragilidad: la antifragilidad2.

Bajo mi punto de vista, seguir una estrategia general abierta al caos no quiere decir renunciar a la sistematicidad y la escrupulosidad. La clave está más bien en la distinción entre el momento para estudiar y el momento para actuar. Más de una vez me he perdido en la distinción entre materia y forma de cara a un proyecto creativo. Cuando meto mi cabeza n la materia, entro en bucles de pensamiento eternos, en una partida de ping-pong demasiado larga entre tesis y antítesis en la que los puntos siempre son nulos porque la pelota acaba por desintegrarse a base de raquetazos. Cuando me pongo formal, las horas se van ajustando al detalle la estructura de una web vacía, determinando el mejor orden para las secciones de un texto, o evaluando los pros y contras del estilo de una música que siempre está por ser escuchada o tan siquiera escrita.

La ensoñación empieza siendo grata, pero es posible que se acabe rebasando un límite en el que el ego acabe complaciéndose por su silencio, que separa el paraíso interno que nunca se termina de perfeccionar del mundanal ruido, necesariamente defectuoso. El bricolaje me distanció de ese engaño de la razón. El bricolaje hizo evidente que la potencia de perfección es una potencia no actualizada, una potencia impotente. El bricolaje me enseñó que no es mejor permanecer callado y parecer idiota que decir una estupidez y confirmarlo. El bricolaje me demostró que es mi deber dar voz a mis sandeces tanto como es el de quien las lee hacerme saber que lo son.

Interludio: internet y el jengibre son parientes

Estos años he empezado a cocinar con jengibre y a consumirlo más que nunca. También han sido los años que más atención le he prestado al diseño y la historia de internet. Del jengibre me ha sorprendido que es una planta antropogénica, esto es, un cultigen, ya que se domesticó en el sureste asiático por los pueblos austronesios; también su sabor picantillo. Del internet, su parecido con el jengibre.

Representación gráfica de internet Jengibre

Tanto internet como el jengibre se pueden entender como rizomas. En el caso del último está mas claro: se trata de un tallo subterráneo que emite raíces sin un núcleo ni un crecimiento máximo fijos. A lo largo de los años mueren los nodos más viejos, pero aparecen nuevos brotes que le permite seguir expandiéndose. El caso de internet no parece tan distinto. Para mí, gran parte del encanto de esta tecnología reside en su carácter de red descentralizada, que en principio posibilita que cada punto de acceso se conecte con todos los demás a través del protocolo TCP/IP. Me apasiona el hecho de que de esta estructura aparentemente caótica haya acabado emergiendo y asentándose una de las herramientas más utilizadas en el presente. Si a esto añadimos la fascinante circunstancia que muchos de los componentes fundamentales de la infraestructura internet son de dominio público, podemos ver que se pueden intercambiar paquetes por P2P con una autonomía similar a la que se tendríamos compartiendo un cultivo de jengibre con una persona del golfo de Bengala.

Sin embargo, como señala la tesis de Chuen-Ferng Koh, hay que tener cuidado con este tipo de comparaciones, ya que hay bastantes aspectos de internet que recuerdan más a un árbol con raíces que a un rizoma. Algunos ejemplos son las estructuras de cliente-servidor o la práctica concentración del tráfico en los ecosistemas de los grandes oligopolios. Esta tendencia se ve ejemplificada también en la transición hacia una computación en la nube. En palabras de James Bridle:

«Aquello en lo que estuviese trabajando el ingeniero podría conectarse a esta nube y no hacía falta nada más. La otra nube podía ser un sistema eléctrico o un proceso de intercambio de datos y otra red de ordenadores, o lo que fuera. Daba igual. La nube era un mecanismo de reducción de la complejidad: permitía que uno se concentrase en lo que tenía más cerca sin tener que preocuparse por lo que ocurría allá lejos. Con el transcurso del tiempo, a medida que las redes fueron haciéndose más grandes e interconectadas, la nube fue volviéndose cada vez más importante. Los sistemas más pequeños se definían por su relación con la nube, por la velocidad a la que podían intercambiar información con ella y por lo que podían extraer de ella. La nube iba ganando peso y se iba transformando en un recurso: la nube podía hacer esto o aquello. La nube podía ser potente e inteligente. Se convirtió en una palabra de moda en la jerga empresarial, en un argumento de venta. Era algo más que una abreviatura ingenieril; había pasado a ser una metáfora» (The New Dark Age, p. 12).

Postludio: el último minuto es el mejor minuto

Se está viendo que esta es una página por y para diletantes, en el mejor y en el peor sentido del término. En el mejor sentido por el goce que supone probar las mieles de distintas disciplinas, por el amor del amateur, por el placer de la actualización de las potencias. En definitiva, por las razones que ya he comentado hablando del bricolaje. Pero también se aplica aquí el peor sentido de «diletante»: el de la banalidad, la superficialidad y la poca calidad.

Y es que el diletantismo tiene la desventaja del relativo retraso en comparación con la especialización temprana y concentrada. Quien se dedica al bricolaje casi siempre irá por detrás de quien se dedica exclusivamente a la carpintería, la ferretería, o al diseño de software. Es probable que compartan objetivos, pero su productividad será mucho menor, ya que mientras la carpintera está trabajando en su quinto proyecto, la primera estantería sencilla del diletante está a medio acabar, esperando a que él termine de pulir la redacción de un texto para que sea más ameno. Es decir, diletantismo, bricolaje y procrastinación son tres caras de la misma moneda (¡porque todas las monedas tiene tres caras!).

La procrastinación tiene muy mala fama. En la Antigua Grecia se entendió como falta de voluntad o akrasia, lo cual sitúa a quien procrastina en inferioridad con respecto a quien consigue domar sus impulsos y someterlos a la decisión más racional. Sería posible aplicar a esta presunta racionalidad las críticas que he mencionado a colación del bricolaje y el juego, pero existe una definición más precisa y moderna de «procrastinación» en el presente, así que nos centraremos en ella.

Una definición alternativa nos remite al asno de Buridán, a la paradoja de Fredkin o a los puntos de Lagrange, dependiendo del prisma desde el que se quiera ver3. En definitiva, se trata de entender la procrastinación no como una falta de voluntad, sino como un conflicto no resuelto entre varias voluntades que conduce a un estado de equilibrio. El equilibrio suele asociarse a la paz y a la estabilidad, pero en este caso se trata de una inacción tensa. Esta explicación hace justicia al hecho de que sea común que el holgazán sienta placer y el procrastinador malestar aunque estén (no) haciendo exactamente lo mismo.

Yo sé que ese malestar es real porque lo he vivido, pero creo que no es una condición necesaria de la procrastinación. Aquí voy en contra de la mala prensa del dejar las cosas para el último minuto como algo penoso en cualquier circunstancia. De hecho, creo que la procrastinación ecléctica puede ser una conducta adaptativa que puede aportar mucho más goce que la holgazanería (e incluso que la incuestionada productividad) si se lleva a cabo de una determinada manera. No debería sorprender que la manera en la que estoy pensando sea la del bricolaje y el diletantismo. Siempre que lo urgente acabe hecho en el último minuto, puede ser beneficioso trabajar en lo importante el resto del tiempo.

Lo mejor de todo es que operando de ese modo se puede escapar de la ley de los rendimientos decrecientes. Los beneficios no disminuyen con el esfuerzo porque ese esfuerzo puede estar dirigido a otras tareas que acaben beneficiando a la inicial. Vuelve a ser una forma de sacar provecho de la incertidumbre mediante un razonamiento ecológico. Si no hubiese tardado tanto en terminar de escribir esta entrada, no me habría parado a pensar en la importancia que el bricolaje ha tenido en mi vida últimamente. Tampoco habría tenido la idea de hacer referencias al juego en cada una de las secciones de los títulos. Juguetear y trastear permite ir reuniendo las piezas del rompecabezas poco a poco hasta que la urgencia del último minuto exige que se conecten en un gran colofón final.

Seguro que es fácil pensar en otros casos en los que el último minuto es el mejor minuto.



[1] La etimología de «bricolaje» me parece fascinante. Se puede hacer un análisis filogenético de la palabra a través de una cadena de cognados: bricole (francés medio), bríccola (lombardo), brehhan (viejo alto alemán), *bheg (protoindoeuropeo). Los dos últimos significan «romper». Los dos primeros significan catapulta, seguramente porque se usaban para romper muros. Sin embargo, cuando estas armas de asedio cayeron en desuso, bricole pasó a significar algo así como «engaño» o «picardía», de donde viene su significado más ligado a la habilidad manual del bricolage. Curiosamente, a mí el bricolaje me ha servido para derribar algunos muros conductuales.^

[2] El término «antifrágil» fue acuñado por Nassim N. Taleb, y la distinción entre planes y estrategias está asociada a Edgar Morin.^

[3] Lo primero que hay que decir sobre el asno de Buridán es que no era de Buridán. Pero dejando al margen las confusiones con respecto al término, se trata de una imagen que ilustra la dificultad en la toma de decisiones: un asno se encuentra entre dos sacos de heno idénticos y acaba por morir de hambre al no poder elegir entre ellos. La paradoja de Fredkin dice algo parecido: resulta más difícil escoger entre dos opciones cuanto más parecidas sean, por trivial que sea la decisión. Los puntos de Lagrange son puntos en un sistema orbital en los que un objeto puede permanecer inmóvil gracias a la combinación de las fuerzas gravitatorias del resto de cuerpos.^